lunes, 26 de octubre de 2009

Introducción.

(Presbítero Antonio Berrokal. Acto Público de I.U. "Las Patrias son todas iguales y por ellas no hay ue luchar y morir, sino compartir y vivir".Diciembre 2009. Fotog. Gregorio)
"La Arbonaida",blanquiverde, en andalusí o aljamía. Siglo XI.


L I B R E T A - S E G U N D A
(Introducción a mis “Cuadernos de

Gibralfaro”).

Palabras a los perplejos:


Por Antonio Berrokal.

Comprendo perfectamente la impresión que al leer bastantes de mis poesías, causará en muchos, viendo cómo la ortografía sufre tan grande paliza ó simplemente, es olvidada. Peor aun será si les digo que este despropósito ortográfico está causado adrede y responde a la necesidad de ajustar la a la fonética, para ser lo mas fiel posible a la manera de hablar que tiene la gente en estos montes de Málaga. Mayor estropicio haría, si tratara de ajustarla a la prosodia de muchos de los pueblos de Badajoz, como es visible, por ejemplo, en “El embargo” o en “La nacencia”. En estos pueblos , la pronunciación del castellano no es tan distinta de la considerada “correcta”.Prácticamente se reduce a las terminaciones de los participios, donde desaparece la “d”y que yo acentúo en la vocal que lleva el tilde prosódico, sea que lleve o no el ortográfico y a resucitar algunos vocablos del castellano viejo que hoy están en desuso.
No es, pues, necesario traductor ni notas, porque considero esta forma de hablar, perfectamente entendible para quienes conocen el castellano. Esta es la prueba de que la represión que sufrieron los andaluces sobre su cultura, fue realmente brutal. LLEGARON A OLVIDAR SU PROPIO IDIOMA, Mientras que el Romance gestaba y paría al Castellano y sus hermanos Catalán y Gallego, hacía siglos que, en la península, se hablaba el Árabe. Incluso muchos siglos después de las Cantigas, de Alfonso X el Sabio, continuaba hablándose árabe y, sobre todo en Andalucía, donde fue preciso que Felipe III promulgara su Pragmática, prohibiendo a los andaluces tanto el idioma como la vestimenta árabe. Los castigos eran grandes, además de llevar aparejado la invalidez de cualquier documento, privado o público, redactado en ese idioma. Así se logró la desalfabetización de los andaluces y su desculturización. Ningún otro pueblo de los que componen el Estado Español, ha sufrido tanto como el andaluz, habiendo sido reprimido hasta el punto de forzarle a cambiar de idioma, de religión y de cultura, bajo la amenaza de su deportación del suelo patrio y confiscación de sus tierras, que fueron repartidas entre los señores feudales vencedores, de donde provienen los proverbiales latifundios andaluces, causantes de la pobreza extrema de su campesinado.
Nos negamos a admitir que nuestra peculiar forma de hablar el castellano sea incorrecta. Si no pronunciamos las “s” de los plurales, es porque nuestra garganta está acostumbrada a sustituir esta letra silbante por nuestras guturales “h”, en los artículos determinados como indeterminados, plurales, y así evitar la “s” en el final de los sustantivos. Algo parecido hacemos con las tajantes “j” castellanas: las dulcificamos convirtiéndolas en “h” aspiradas. Hay que pensar también, que si los andaluces nos hemos tomado éstas y otras licencias en nuestra pronunciación del castellano, también éste se tomó la libertad de introducir en su incipiente vocabulario, casi un venticinco por ciento, según algunos, de palabras árabes, que castellanizó. Ejemplo: las palabras que empiezan por “al”( en árabe equivale a los artículos “el” o “la”): al-Caid = el Jefe. Castellanización: alcaide. Modernización: alcalde.
Creo que con lo hasta ahora dicho, está mas que justificada nuestra pronunciación y prosodia andaluza, por lo que me permito escribir mis poesías de acuerdo con ella o en castellano oficial, según aparezca la causa, historia, recuerdo o motivo de la inspiración que me lleva en cada momento a tomar, literalmente, la pluma, el rotulador o el bolígrafo.
Porque he de confesar que los nuevos métodos de ofimática, no me atraen en absoluto y sigo escribiendo todo a mano como cuando era niño. Incluso los sermones conferencias y estudios bíblicos, de mis treinta y cinco años de ministerio, como presbítero obrero en Madrid, están todos escritos de la misma manera y ya estoy demasiado viejo, para cambiar este hábito o costumbre. Por esta razón, en lugar de copiar o pasar a texto mis poesías y demás escritos, los he escaneado porque, resulta, que mi caligrafía es sencilla y fácil de entender. Asimismo, he decorado las libretas como solíamos hacer los niños en las Escuelas del Ave María. Espero que así resulte fácil y hasta bonito, el hecho de leer lo que, sin duda, constituyen los manuscritos de estos poemas que, por haberlos escrito en la añoranza de mi ciudad, los titulé CUADERNOS DE GIBRALFARO, monte vigía de Málaga, a cuyo alrededor se extiende la ciudad y desde el cuál puede otearse todos sus arrabales e incluso, los días claros, algunos montes del Atlas, detrás del arroyo Mediterráneo que separa estas tierras hermanas.
Me gustaba subir a este monte, hasta el mismo castillo que construyó sobre un fortín fenicio, el rey andalusí Yusuf (José) I de Granada en el siglo XIV, pero que en mis días mozos estaba totalmente derruido y abandonado a su suerte, rodeado de pinos donde las putas ejercían su oficio. Nunca vi allí faro alguno, aunque debió haberlo, por cuanto su nombre árabe Jbel-Faro, significa “monte del Faro”y, desde luego, no existe otro lugar mejor para colocarlo, si tenemos en cuenta que la actual y popular Farola , como todo el Parque hasta “Puerta del Mar”, es terreno arrebatado a Saturno por los malagueños, antes de que los holandeses construyeran sus “polders”. El mar debía llegar entonces, hasta la propia Alcazaba, Palacio arabigoandaluz construido tres siglos antes que el Castillo, rompiendo sus olas a los pies mismos del monte, como aparece representado en el escudo malacitano.
Me alegró ver el Castillo tan cuidado, al regresar a Málaga tras mi largo exilio laboral de Madrid. En mi niñez, era fácil contemplar como los que vivían en La Coracha, tomaban piedras del Castillo para construir, o reformar los muros de sus casas. Tampoco podía nadie atreverse a recorrer su perímetro por temor a caerse de la muralla, ni a bajar o subir las escaleras de sus pequeñas torres sin arriesgarse a pisar humanos excrementos. Creo que a las autoridades de antaño les molestaba incluso, la mera existencia y permanencia en el tiempo, de estos monumentos árabes y actuaban, salvo excepciones, como si de ocultar un pasado vergonzante se tratara.
Estos mis Cuadernos de Gibralfaro, los he dividido en cinco Libretas o capítulos, tratando de agrupar mis poesías en torno a estos temas, que son:
Libreta Primera: De las cosas del querer, sus atajos y recovecos. Libreta Segunda: De algunas gentes peculiares. Libreta Tercera: De las cosas del poder, sus métodos y abusos. Libreta Cuarta: De algunas cosas verdiblancas. Libreta Quinta: De las cosas de la vía.
He querido recitar algunas, antes de para mostrar mis dotes de rapsoda, para mostrar mi orgullo acerca de la manera andaluza de hablar el idioma de nuestros conquistadores que, por otra parte, sabemos tan bien como ellos; como demostramos a la hora de escribirlo, aunque hablándolo, mostremos, como en tantas otras muchas cosas, nuestras peculiares diferencias. Gracias a Dios, se acabaron los días en los que, para acceder a un puesto de locutor,
había que hablar en perfecto vallisoletano.
Tampoco he rehusado, cuando el personaje de algunos poemas lo requería, la utilización de palabras, digamos, malsonantes, a las que llamamos “tacos”, o sinónimos populares de cosas que, al decir de San Agustín, no tendríamos que avergonzarnos de nombrar si Dios no se avergonzó en crear. Tampoco me identifico necesariamente con los pensamientos que expresan “algunas gentes peculiares”, ni con su proceder en algunas situaciones concretas. Simplemente, me dejo llevar por los personajes que me inspiraron esas poesías. Cuando algo en ellas es autobiográfico, así lo hago constar, pero lo que siempre he intentado, es ponerme en el lugar, en la situación y en los zapatos de esos personajes. Por lo demás, terminaré estas “dos palabras”, como lo hacían los cómicos antiguos al caer el telón: “ESPERO QUE estos, mis Cuadernos de Gibralfaro, les haya gustado, tanto los escritos en castellano como los escritos en el andaluz de mi tierra de los montes, así como mi forma de recitarlos. Con ellos no he pretendido ofender a nadie, pero si alguien resultó ofendido o, incluso, escandalizado, pídole perdón y disculpas por ello. No fue esa mi intención, sino la de compartir con los lectores u oyentes los sentimientos y los recuerdos que, la añoranza de Málaga y Andalucía provocaron en mí estos largos años de ausencia. MUCHAS GRACIAS”. Y...bajaba el telón. Y los aplausos o los silbidos llenaban la sala, tanto si había habido “mucha mierda” o no.

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